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miércoles, 24 de septiembre de 2014

La creación artística como herramienta terapéutica y sanadora en el entorno hospitalario.

La literatura es un bálsamo para el alma..y también para el cuerpo.

Son muchas las experiencias educativas que nos demuestran como la lectura o la creación literaria facilita al alumnado hospitalizado, o que atraviesan una situación de enfermedad, su estancia hospitalaria e incluso la mejora de su estado de salud.
En el EAEHD apostamos por ello (ver Certamen Nacional de Relatos "En mi verso soy libre) y trabajamos continuamente la expresión expresión literaria como medio de desarrollo y superación del estado emocional y sanitario de nuestro alumnado.

He aquí un ejemplo.


LA CHOCOLATERÍA

Paquita vivía en Sevilla y era una famosa chocolatera. Aunque tenía más de cincuenta años, todavía trabajaba desde que salía el sol hasta que se ocultaba tras el monte; todo trabajo.
Su pueblo era pequeñito, pero muy transitado y de gran apogeo turístico: el chocolate de Paquita lo había cambiado todo desde que abrió su modesta tiendecilla, ya treinta y cinco años atrás.
 Paquita tenía dos hijos: uno de ellos se llamaba Jorge. Era modesto, callado y trabajador, y ayudaba a su madre en todo lo que podía. El otro era el más mayor, y se llamaba Tomás. Él se ocupaba de la imagen de la chocolatería, de las campañas de publicidad y de todo lo referente  a los negocios.
Un día, cerca de su muerte, Paquita redactó dos documentos; el primero era para su hijo Jorge. En él, ponía la receta del chocolate que había hecho famosa su chocolatería. El otro documento era para su hijo Tomás. En él, le entregaba el mandato de su tienda y sus poderes notariales.
Jorge pronto comenzó a practicar, y se hizo tan o más famoso que su madre. Pero él no sólo hacía chocolate; también hacía churros, pasteles y galletas caseras.
 Cuando su madre murió, Tomás tomó el mando de la tienda. Obsesionado con sus negocios, y en contra de la voluntad de Jorge, Tomás creó Chocolaterías Jiménez y as extendió por toda España y por parte del extranjero.
 La mayoría de los beneficios eran para el hijo mayor, pero Jorge también recibía su pequeña parte. Sin embargo, las Chocolaterías Jiménez  pronto perdieron su fama inicial: los empleados que Tomás contrataba no preparaban el chocolate ni los dulces como su madre. La única tienda de Chocolaterías Jiménez que aún tenía buena fama era la que regentaba Jorge. El muchacho se desenvolvía bien en la cocina, y a pesar de que famosos chefs le ofrecieron trabajar en sus pastelerías,  el menor de los hermanos prefirió seguir ocupándose de la que, en otros tiempos, fue la chocolatería más famosa de España.


Cuando el nombre de Chocolaterías Jiménez fue cayendo en el olvido, las tiendas se vieron obligadas a cerrar. Excepto la original, la auténtica; esta continuó funcionando. Con menos beneficios, sí, pero por suerte, aún abierta.
Tomás cada día estaba más desesperado; Jorge se había hecho con el control absoluto de la tienda de su madre y él se había quedado atrás, sin un solo beneficio y con todos sus grandes proyectos fallidos.  Así que un día, se presentó en la tienda del pueblo donde había crecido, con su abogado y su correspondiente acta notarial.
 -¡Hombre, hermano! ¡Desde que te fuiste a Nueva York no he vuelto a saber de ti!-lo saludó efusivamente Jorge.
Su hermano mayor, sin embargo, se limitó a estrecharle la mano.
 -Jorge, lamento comunicarte que traigo malas noticias. Al menos para ti.-explicó Tomás-Según la herencia de mamá, a mí me corresponde la tienda, y a ti sólo la receta del chocolate .Por tanto, se deduce que tú eres empleado mío y que la tienda también me pertenece.
Jorge asintió, sin comprender.
-Por desgracia, la publicidad que yo pensaba darle a la chocolatería no…ha ido muy bien. ¡Pero tengo grandes proyectos en mente! Proyectos que no pueden fallar. Sin embargo, me falta dinero para llevarlos a cabo. Necesito deshacerme de algunos empleados, al menos temporalmente… si te quitamos el sueldo, conseguiremos dinero para abrir más chocolaterías e importar todos nuestros productos por Europa.  Por supuesto, tú podrías seguir trabajando en la chocolatería… pero sin remuneración.
 Jorge protestó, pero al final tuvo que ceder. Su hermano mayor tenía razón ¡la tienda era suya! Y él sólo era un modesto empleado, sin ningún tipo de mandato.A pesar de todo, Jorge siguió trabajando en la chocolatería, aún sin sueldo. Era pobre, sí, pero también feliz, porque hacía lo que le gustaba.

Sin embargo, Tomás no tuvo suerte en sus negocios; Chocolaterías Jiménez se había ido a pique definitivamente. Se había rendido, y hacía mucho que había traspasado las tiendas a su hermano pequeño, responsable de pagar las facturas y las reformas.
 Un día, a Jorge se le ocurrió una idea estupenda. Sólo tenía que hacer unas pocas reformas en la tienda, contrató a uno o dos amigos, les dio la receta de sus postres y chocolates… ¡y sólo tuvo que esperar!
  Su talento traspasó fronteras, y muy pronto el nombre de Jorge Jiménez se conocía en el mundo entero. El muchacho tímido y trabajador de otros tiempos se había convertido en un famoso pastelero que regentaba la chocolatería más famosa de la historia.
 Sin embargo, el dinero no lo cambió; guardaba muy poco para él. La mayoría se lo daba a sus empleados por su buen servicio, y otro poco se lo pasaba a su hermano mayor, que había acabado con una esposa, tres hijos y de dependiente en un supermercado.
Él era feliz. Su hermano era feliz. Sus empleados eran felices. Y la Chocolatería Jiménez recuperó la fama que tuvo hacía tiempo atrás.
                                                                     
 Paula  Sinai Martínez Romero  de 12 años
 Aula Hospitalaria Reina Sofía 

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